REDENCIÓN MEDIANTE JESUCRISTO
Por el Hermano Luis M Ortiz.
Amados, y ninguno de estos hombres mencionados anteriormente, ni Job, ni
David, ni Isaías, ni Jeremías, ni Juan el Bautista, ni Pablo, ni a ningún otro
hombre en la Biblia predestinó Dios para ser salvo, o para ser perdido. Es que
Dios conoce, anticipadamente desde la concepción y el embrión, cómo es que va a
responder cada persona a su Eterno Propósito de Redención mediante su Hijo
Jesucristo.
Y este conocimiento previo o anticipado de Dios es llamado en la Biblia, “la
presciencia de Dios”, 1 Pedro 1:2; Hechos 2:23. El apóstol Pedro
escribe: “Elegidos según la presciencia de Dios”. Es decir, que
Dios elige, escoge, llama, a aquellos que Él sabe de antemano, o por
anticipado, que van a responder positivamente a su elección o llamado. Y el
propio apóstol Pedro, en el día de Pentecostés (Hechos 2:22-23),
responsabilizando a los judíos de haber matado a Cristo, les señale que Dios
sabía anticipadamente cual sería la actitud de ellos y les dice: “Varones
israelitas, oíd, estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios...
como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y
anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos,
crucificándole”.
Volvemos a Romanos 8:29, notemos la divina secuencia en este asunto: “Porque
a los que antes conoció”. Ahí está su Presciencia, su Conocimiento
anticipado; y por este conocimiento anticipado Él sabe quién va a responder
positivamente a su llamado, y quién va a rechazar su llamado, pues Dios no
escoge, elige o predestina a nadie para ser salvo o para ser perdido. Esta
decisión tiene que tomarla el individuo mismo. En 1 Timoteo 2:4, claramente
dice que Dios “quiere que todos los hombres sean salvos”, pero no
todos los hombres quieren ser salvos. En 2 Pedro 3:9, dice que el Señor “es
paciente... no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento”; pero no todos quieren arrepentirse. Y en Apocalipsis
22:17, el Espíritu Santo y la Iglesia dicen: “El que tiene sed, venga; y
el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”; pero no todos
vienen, y no todos quieren. A los tales, con amor el Señor, les dice: “Y
no queréis venir a mí para que tengáis vida”, Juan 5:40. Pero con
justicia, también les dice: “Si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis
consumidos”, Isaías 1:20.
Toda la raza humana, todos los hombres, todas las mujeres son invitados
para venir a ser elegidos o escogidos de Dios; y pueden serlo si ellos escogen,
eligen y se deciden por Dios.
Aún en el Antiguo Testamento, además de muchos otros versículos similares,
Dios invita, y dice: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la
tierra, porque yo soy Dios, y no hay más”, Isaías 45:22. Y por medio
del propio profeta Isaías, Dios reitera: “Venid luego, dice Jehová, y
estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán
emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca
lana”, Isaías 1:18.
Y en los cuatro Evangelios, y en todo el Nuevo Testamento son muchas las
invitaciones del Señor para todos en general. La primera invitación del Señor
está en el primer libro del Nuevo Testamento, San Mateo 11:28, con mucho amor
Él dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os
haré descansar”. Y la última invitación del Señor, igualmente con amor
para todos, se encuentra en el último libro del Nuevo Testamento, y de la
Biblia, o sea Apocalipsis, y dice: “El que tiene sed venga; y el que
quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”, Apocalipsis 22:17.
Pero, como ya hemos señalado, para los que rechazan su amor, el Señor, con
mucha firmeza y justicia, les dice: “Si no quisiereis y fuereis rebeldes,
seréis consumidos”, (Isaías 1:20); y a “los cobardes e
incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los
idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte será en el lago que arde con
fuego y azufre, que es la muerte segunda”, Apocalipsis 21:8.
Así que, está bien claro en las Sagradas Escrituras, que no es que Dios
predestina a unos para ser salvos, y a otros para ser perdidos, sino que unos y
otros hacen su propia elección y toman su propia decisión, y cada quien cosecha
los frutos de su propia elección y decisión: el que cree y acepta a Jesucristo
es salvo; el que no cree y rechaza a Jesucristo es perdido, en ambos casos
eternamente.
Pero sigamos en estos versículos del capítulo ocho de la epístola del
apóstol Pablo a los Romanos, que son los versículos en los cuales San Agustín,
Calvino, y otros hoy día pretenden encontrar apoyo.
“Porque a los que antes conoció”. La palabra o verbo “conocer”,
significa, entender y saber por el ejercicio de las facultades mentales e intelectuales
y por experiencia la naturaleza, cualidades y relaciones de las personas y las
cosas. Tener trato y comunicación con alguno. Entender y conocer un asunto o
persona con facultad legitima para ello.
¡Y Dios, el creador, siempre ha reunido con excelencia y perfección, todas
y muchas otras cualidades que le capacitan para conocer y saber a la
perfección; que nada, ni nadie escapa a su conocimiento! Y por esta razón el
Espíritu Santo inspiró al apóstol Pablo para escribir: “¡Oh profundidad
de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables
(incomprensibles) son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién
entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a Él
primero, para que le sea recompensado? Porque de Él, y por Él, y para Él, son
todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén”, Romanos
11:33-36.
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