“UNA VEZ SALVO, SIEMPRE SALVO”: UN SUB-PRODUCTO DE LA PREDESTINACIÓN
Por el Hermano Luis M Ortiz.
El término “predestinación” fue mal interpretado y mal aplicado desde
los tiempos de San Agustín. “Predestinado”, se le decía, y se le dice a
aquel individuo que supuesta e incondicionalmente se salvará según un supuesto
decreto de Dios. Y según la teoría de San Agustín, a aquellos que Dios no
predestina para ser salvos, los deja, los abandona en su merecida condenación y
perdición. ¡Nada más lejos del Amor, de la Justicia, de la Sabiduría de Dios,
de la contundente evidencia bíblica y de la experiencia personal!
Está diáfanamente claro en la Biblia que cuando es usada la palabra
“predestinación”, o “predestinados”, se está refiriendo, no a inconversos para
ser predestinados a la salvación, sino que se está refiriendo, y se les está
escribiendo a los cristianos en conjunto, a los ya salvados, a los ya
redimidos, a los que voluntariamente aceptaron el Eterno Propósito de Dios de
salvarnos en Cristo, “a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo,
aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable”, 1 Pedro 1:8.
“Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que
no creen, la piedra que los edificadores desecharon (voluntariamente),
ha venido a ser la cabeza del ángulo; y: piedra de tropiezo, y roca que hace
caer, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron
también destinados”, 1 Pedro 2:7-8.
Así como aquel que cree en Cristo, desde el momento que voluntariamente
recibe a Cristo es hecho hijo de Dios, heredero de Dios y coheredero con Cristo
(Romanos 8:17), y por causa y virtud de su vida transformada por el nuevo
nacimiento en Cristo, desde ese momento queda destinado o predestinado para
recibir mayores bendiciones y recompensas en el Cielo (1 Corintios 2:9), desde
luego si permanece fiel; de la misma manera, el que no cree en Cristo, el que
voluntariamente rechaza a Cristo, por causa de su propia desobediencia, hace de
Cristo una piedra de tropiezo, y por lo mismo, se está destinando o
predestinando a sí mismo para caer en el lugar destinado o predestinado para
los desobedientes, incrédulos, rebeldes y pecadores: el lago de fuego que arde
con azufre (Apocalipsis 20:15; 21:8).
A la persona que le hacen creer que Dios le predestinó para ser salvo, la
tal persona descarga en Dios toda responsabilidad por la salvación; no se ocupa
de la salvación como nos advierte Dios en su Palabra; sigue amando al mundo y
las cosas del mundo. Y para que la persona esté tranquila y confiada en su
supuesta predestinación, se le suministra un sub-producto de la llamada
predestinación, diciéndole que “una vez que uno es salvo, es siempre salvo”.
¡Y resulta que el remedio es peor que la enfermedad!
En las Sagradas Escrituras la salvación del alma es comparada con el
resplandor de la gloria de Dios en nuestros corazones; y también se nos dice
que “tenemos este tesoro en vasos de barro”, 2 Corintios 4:6, 7.
De un valor tan incalculable y eterno es la salvación del alma, que el Señor,
dijo: “Porque ¿qué aprovechara al hombre, si ganare todo el mundo, y
perdiere su alma?”, Mateo 16:26.
Por esta razón el apóstol Pablo, escribe: “Por tanto, amados míos, como
siempre habéis obedecido... ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor”,
Filipenses 2:12.
Y en Hebreos 2:3, leemos: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos
una salvación tan grande?” La respuesta es: ¡No hay escape!
Todos estos versículos, y los siguientes, nos demuestran que la salvación
es un tesoro que Dios ha puesto en vasos de barro (nuestro cuerpo), pero que
Dios también puede retirar el tesoro del vaso que se torna en vaso de deshonra
y de pecado.
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